Capitulo 1: La Pomposa, Calle de la Harina

Kalen se encontraba en el hueco de la puerta observando el interior de la habitación. Todo estaba exactamente igual que cuando los habían encontrado. Las sillas estaban por los suelos, la sangre de las sabanas revueltas se había secado y un profundo olor a hierro oxidado inundaba la estancia. Había tratado de airear la habitación, habían dejado las ventanas abiertas noches enteras, pero el oxido olor a sangre no desaparecía. Por la ventana podía verse la enorme fortaleza roja, tras la cual se escondía el sol, tras un fresco día de invierno. Sus ojos miraban sin ver mas allá del cristal.

– Disculpad, mi señor – dijo una voz a su espalda.

Se giró sobresaltado. Estaba tan ensimismado que no había escuchado acercarse al posadero. Era un hombre menudo y rechoncho con un ridículo bigotillo rubio.

– Disculpad, mi señor – repitió el posadero – pero me temo que no voy a poder mantener así la habitación durante mas tiempo.

– Necesito que este tal y como estaba cuando la mataron – la voz de Kalen era completamente inexpresiva – puede que alguna pista se me haya pasado por alto.

– Han pasado seis dias desde que murieron, mi señor – a Kalten le extrañó que el posadero usara el plural, hasta que recordó que el esposo de Kayla también había muerto – el simple hecho de que murieran aquí ya ha perjudicado mi negocio, no puedo tener la habitación vaciá mas tiempo, comprendedlo.

Kalen lo miró con ira y bajó la mano hacia su cinturón. El posadero retrocedió asustado. Redhowl se dio cuenta de que había lo malinterpretado. Relajo un poco el gesto y extrajo algo de su bolsa.

– Mantenedla así – dijo lanzandole un dragón de oro al posadero – Avisadme cuando el dragón no sea suficiente.

Cerró la puerta de la habitación y pasó junto al sorprendido posadero. Bajo las escaleras de la posada y salió a la calle. Alzó la vita y observó el cartel de la posada. El Sueño del Rey. La mejor posada de Desembarco del Rey. Para él era la peor.

Se arrebujó con la capa y echó a andar en dirección al puerto. Cuando llegó, se dirigió al embarcadero mas lejano y se puso a observar el mar.

A su alrededor los marineros faenaban para preparar sus embarcaciones para el día siguiente. Unos niños correteaban y reían mientras un viejo capitán les gritaba para que se fueran a casa. Pero para Kalen aquello no existía. Solo era consciente del suave sonido del mar y del recuerdo de su hermana.

El sonido de las campanas lo saco de sus ensoñaciones. Los guardias llamaban a los rezagados y anunciaban que las puertas de la ciudad se iban a cerrar. Redhowl maldijo entre dientes y echó a caminar hacia la ciudad. Ni siquiera se había dado cuenta de que había anochecido. La suave brisa marina se había convertido en una fuerte corriente de aire que le revolvía el cabello y tiraba de su roja capa, pero parecía no importarle. Entró en la ciudad y siguió caminando por las calles iluminadas por antorchas.

Tras un rato caminando se detuvo y miró a su alrededor. No recordaba aquellas calles. “Genial” pensó con una mueca sarcástica. Siguió caminando hasta que dio con una pequeña posada de la que salia un fuerte olor a estofado.

– ¿La pomposa? – susurró frunciendo el ceño.

Decidió entrar de todos modos. El ambiente estaba tan cargado que casi no vio la barra. Una joven pecosa daba escobazos al suelo para asustar a unos perros para echarlos del local.

– Ponme un baso de absenta – le dijo al posadero.

El viejo, que estaba limpiando una jarra con un trapo mas sucio que esta, se detuvo y se quedo mirándolo con su ojo sano y la boca abierta. De repente se dio cuenta que la posada estaba en silencio. Se dio cuenta de que todos los parroquianos estaban mirandolo, incluso la muchacha de la escoba se había detenido para mirarlo. Debió haber pensado que llamaría la atención con su ropa y la capa, suerte que llevaba sus ropajes de cuero y no llevaba a Aullido a la espalda. Junto a él un tipo que tenia pinta de caballero errante le miraba con una ligera sonrisa.

– Te he pedido absenta, posadero – repitió volviéndose hacia el viejo.

– Enseguida, ser – tartamudeó el posadero.

Miró al caballero, que comía algo que parecía un estofado y bebía una jarra de cerveza. Observó el escudo que portaba en el pecho.

– Parece que no encajamos mucho aquí – le dijo sin mirarlo, mientras el viejo dejaba sobre la barra el vaso de absenta – Highshield, ¿no es así?

Cogió el vaso y lo vació de un solo trago.